La piña y el desfiladero

Cancelando

La "cultura de la cancelación" -si es que tal conjunción de imbéciles y promociones políticas existe como concepto-, es a veces un peligro y un arma política contra la disidencia, especialmente en lo que se refiere a esa cosa llamada "apropiación cultural" y en la censura que mira al pasado arrancando las cosas de su contexto original y buscando continuamente víctimas propiciatorias. Pero estos peligros son cada vez más a menudo usados por aquellos que pretenden neutralizar la gestión de las microidentidades en un ambiente volátil; tarea liberal es la de desenmascarar estos discursos en nombre de la "libertad", que no pueden ser excusa para, de nuevo en nombre de un falso liberalismo, el ataque contra lo diferente, lo difuso. Los casos extremos y estúpidos son utilizados por el pseudoliberalismo para tratar de anular cualquier disensión respecto a los modelos tradicionales de identidad sexual, racial y cultural. Cuando se ponen en cuestión los modelos tradicionales se apela a la falta de libertad. "Libertad", aquí, significa no tener que aguantar las protestas ante actitudes que precisamente atentan contra la libertad de otros. Libertad es para poder decirte que eres un "marica" o para protestar que la identidad institucional no se refiera necesariamente a una persona con las palabras encadenadas al sexo con el que has nacido. A los pseudoliberales les resultan especialmente desagradables las identidades ambiguas o fluidas, porque impiden clasificar en un grupo o casta social al "pobre", al "inútil", al "vago", para poder despreciarlo eugenesia mediante, o en el mejor de los casos, compadecerse de él y ofrecerle terapia. Un ejemplo evidente es el del superhetero. La necesidad de defenderse ante la "agresión" de lo difuso ha llevado a montar una falsa identidad posmo con la que construir el discurso del llorica. Si tú lloras porque te insulto y te menosprecio por tu identidad sexual, voy a construir una identidad absurda por la que pueda ser reconocido como víctima. El lloriqueo continuo por la imposibilidad de hacer desaparecer el eco de las réplicas, el odio ante el hecho de que el otro tenga nuevos espacios comunes que antes eran monopolizados por el varón heterosexual -y en el caso de España castizo y ceñudo- suena ya a broma. El "otro" sigue necesitando espacios seguros, pero la pérdida de la hegemonía en la batalla cultural -una hegemonía que probablemente jamás se recupere- comienza a generar mitologías del varón acosado, que necesita proteger su anonimato -a veces disfrazado de condón- para evitar que hordas de malvadas "feminazis" lancen furiosas diatribas o pongan su vida social o laboral en peligro. Se lamentan y lloran, por no poder ser ya los que nunca se lamentan, nunca lloran. Para poder venderte lo suyo, lo único, lo no diverso como "libertad", pese a que "lo suyo" es la falta de diversidad y el encaje continuo en clases económicas que se refuerzan al permanecer fuera del canon nacionalcatólico, tienen que ocultar la desazón que les produce la libertad de los otros acusándolos de acosadores, lloricas, etc. Lloriquear por la falta de libertad en realidad lo único que muestra es el enfado de que otros muestren al mundo tu imbecilidad y dejen en evidencia que cuando hablas de libertad, en realidad hablas de la tuya y no de la de los demás.

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