La piña y el desfiladero

Contando historias

E. ahora lee poco. Y casi todo lo que lee son revistas sobre consolas o libros con datos sobre sus aficiones (obsesiones del día/semana/año). Pokemon, Geometry Dash o emitir enunciados de carácter sexual sin entender absolutamente nada de lo que dice son sus últimos intereses. Esto ha provocado daños mayores. Siempre ha costado que se interese por las narraciones. A él le interesa el detalle oculto, el gag, la ocurrencia, el relámpago. Pero siempre había forzado la mano con las historias. Leyéndole, animándole a ver películas, a interesarse por el lore de las cosas que le apasionan. Nada de esto funciona. Pero todavía puedo contarle historias para irse a dormir.

CRiaturas enfadadas

Hemos perdido la costumbre, pero ahora es completamente necesario. Y soy mal orador. Soy malo contando historias. Normalmente, tras agotar el repertorio de cuentos tradicionales le contaba pequeñas historias relacionadas con sus vivencias, sus problemas, sus malos comportamientos. Al cabo de un tiempo, comenzó a desagradarme lo evidente de mis planteamientos argumentales, el protagonismo de lo "correcto" contra el descubrimiento, la saturación de normas que ya conoce y no quiere cumplir.

Me he propuesto escribir las historias primero, al menos un guion. Porque disfruto escribiendo historias aunque no lo hago nunca. Porque cuando escribo cuento historias, no doy reprimendas. Y en el cuento que quiera contar estará, en lugar de la reprimenda, la verdadera historia escondida, agazapada, esperando vencer su escepticismo y desconfianza preadolescente.